sábado, 19 de septiembre de 2020

9 km de felicidad

 Un descenso debe hacerse con cierto amor por el río y todo lo que conlleva y así lo hicimos el viernes 14 de agosto.

Ese día fue el elegido para bajar el río desde Juslibol hasta nuestro embarcadero de Vadorrey, un total 9 kilómetros, los cuales canoistas, vaistas y piragüistas lo disfrutamos como si lo hubiéramos hecho por 1ª vez (cosa que para algunos, así fue)

Allí estábamos, en Juslibol con los nervios a flor de piel, preparándonos para subirnos a las piraguas y va’a asignados. Casi todos los paracanoes íbamos en k2, junto con otras personas del equipo, excepto uno de nosotros que iba en la va’a.

A Dani le toco con Juancho, a Sergio con Anca y a mi (la que escribe este texto) me toco con Selma, y tengo que decir que fue todo un honor, Álvaro iba en el va’a, y para todos fue una gran aventura maravillosa.

Yo ya había hecho ese mismo descenso, en una piragua ancha, hacerlo en un k2 de verdad fue genial, pero el resto de mis compañeros paracanoe no, y lo disfrutaron muchísimo.

Para los 3 que íbamos en el k2, yo creo que el ver que no llevábamos estabilizadores y comprobar que no nos volcábamos, debido en parte a que íbamos con 3 grandes piragüistas, fue para nosotros lo mejor, y fue una travesía muy bonita. Ver disfrutar a mis compañeros paracanoe como lo hicieron, fue maravilloso, como fue una maravilla ver disfrutar al resto de acompañantes.

Las personas sin diversidad funcional que iban acompañándonos han contado que fue maravilloso y genial ir con nosotros en un k2, aunque iban con cuidado porque para casi todos era la primera vez, como ya he comentado anteriormente.

Cuando subimos a las piraguas estábamos nerviosos, porque no sabíamos si nuestro cuerpo iba a sorprendernos y nos íbamos a ir al agua, una vez ya montados y en el río, íbamos tranquilos, sabiendo con certeza que no íbamos a volcar.

Siguiendo las indicaciones de los técnicos, sorteábamos corrientes, rápidos, evitando zonas de poca profundidad o aquellas que, tras varios descensos, los técnicos conocían, y sabían de la existencia de algún obstáculo camuflado bajo el agua.

El vaista era novato en las corrientes y en los remolinos del agua, así que intentábamos ir con el en todo momento, para ayudarlo a manejar la embarcación, en esas ocasiones, aunque creo que no hacia falta, el se las apañaba a la perfección.

Para Álvaro fue una experiencia increíble, dicho por el mismo. También ha comentado que desde que nos pusimos en marcha, paleando suavemente en el comienzo del recorrido, se dio cuenta de que ir río abajo en una canoa polinesia le iba a gustar, y cada palada que daba, se lo confirmaba más.

Y que regreso a casa deseando que las próximas ocasiones, la sensación de libertad y conexión con la naturaleza que consigue este deporte, nos ofrezca renovadas experiencias desde lugares más allá de Zaragoza y realmente a todos nos dejó esa sensación. Sea donde sea, dejaremos que nos lleve la corriente. 

Como todo lo bueno, tras cerca de casi dos horas llegábamos a nuestro destino, sin que el cansancio hubiese hecho mella en nuestros cuerpos y con ganas de volver a repetirlo.